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LA NATURALEZA DE LA POLÍTICA POR ULICK VARANGE



En primer lugar, ¿qué es política? Es decir, política como hecho. Política es actividad con relación al poder.

La Política es un sujeto en sí mismo; el sujeto del poder. Así, no se trata de moralidad, no se trata de estética, no se trata de economía. Política es una manera de pensar, como lo son esas otras. Cada una de esas formas de pensamiento aísla parte de la totalidad del mundo y lo reclama para sí misma. La Moralidad distingue entre bueno y malo; la Estética entre bello y feo; la Economía entre útil e inútil (en su posterior fase puramente comercial, entre provechoso y no provechoso). La política divide el mundo entero entre amigo y enemigo. Expresan el grado de conexión más alto posible, y también el más alto posible grado de separación.

El pensamiento político es tan diferente de esas otras formas de pensamiento como ellas lo son entre sí. Puede existir sin ellos; y ellos sin él. El enemigo puede ser bueno, puede ser bello, puede ser económicamente útil, los negocios con él pueden ser provechosos... pero si su actividad de poder converge con la mía, es mi enemigo. Él es aquél con quien los conflictos existenciales son posibles. Pero la estética, la economía, la moralidad no tienen nada que ver con la existencia, sino solamente con normas de actividad y pensamiento dentro de una existencia asegurada. Mientras que, como un hecho psicológico, el enemigo es fácilmente representado como desagradable, dañoso y malo, en todo caso esto es subsidiario a la política y no destruye la independencia del pensamiento y la actividad política. La disyuntiva política, que se ocupa de la existencia, es la más profunda de todas las disyuntivas y así, tiene una tendencia a buscar toda clase de persuasiones, compulsiones y justificaciones para llevar adelante su actividad. Esto ocurre en relación directa de la pureza del pensamiento político de los líderes. Cuanto más sus conceptos están impregnados de ideas morales, económicas o de otro tipo, más utilizarán la propaganda para llevar a cabo sus objetivos políticos. Puede incluso suceder que no sean conscientes de que su actividad es política. Hay muchos indicios que hacen suponer que Cromwell se consideraba a sí mismo como un "religionario" y no como un político. Una variación la encontramos en el periódico francés que gratificó el espíritu bélico de sus lectores en 1870 con la esperanza de que los poilus (1) volverían de Prusia con carretas repletas de mujeres rubias.

En cambio, la propaganda japonesa dedicada al populacho local, en el curso de la Segunda Guerra Mundial, acentuó casi exclusivamente la naturaleza existencial, es decir, puramente política, de la lucha. El prójimo puede ser feo, malvado y dañino y, a pesar de ello, no ser un enemigo; o puede ser bueno, bello y útil, y ser, pese a ello, un enemigo.

Amigo y enemigo son realidades concretas. No son figurativas. No se mezclan con elementos morales, estéticos o económicos. No describen una relación privada de antipatía. La antipatía no es una parte necesaria de la disyuntiva política de amigo y enemigo. El Odio es un fenómeno privado. Si los políticos inoculan a sus pueblos con odio contra el enemigo, lo hacen solamente para darles un interés personal en la lucha pública, que de otro modo no sentirían. Entre los organismo extra-personales no existe el odio, aún cuando pueden haber luchas existenciales. La disyuntiva amor-odio, no es política y no interfiere en ningún punto la disyuntiva amigo-enemigo. Alianza no significa amor, como tampoco guerra significa odio. El pensamiento claro en el reino de la política exige al comienzo una fuerte facultad de disociación de ideas.

El concepto mundial del Liberalismo, aquí como siempre y en todas partes completamente emancipado de la realidad, pretendió que el concepto de enemigo describía o un competidor económico, o un oponente ideacional. Pero en Economía no hay enemigos, sino sólo competidores; en un mundo que estuviera puramente moralizado (es decir, un mundo en el que sólo existieran contrastes morales) no podrían haber enemigos, sino únicamente oponentes ideacionales. El Liberalismo, fortalecido por la rara y larga paz, 1871-1914, anunció que la política era atávica, la disyuntiva amigo-enemigo, retrógrada. Esto, naturalmente, pertenece a la política como rama de la filosofía. En ese reino no son posibles los errores; ninguna acumulación de hechos puede demostrar que una teoría es falsa, pues las teorías priman sobre los hechos, la Historia no es el árbitro en materias de perspectiva política, la Razón lo decide todo, y cada uno por sí mismo decide lo que es razonable. Nosotros nos ocupamos únicamente de hechos y la única objeción que haremos a tal punto de vista en último análisis es que no es factual.

Enemigo, pues, no significa competidor. Tampoco significa oponente en general. Menos aún, describe una persona a la que se odia por sentimientos de antipatía personal. La lengua latina poseía dos palabras: "hostis", para el enemigo público, "inimicus", para un enemigo privado. Nuestros idiomas Occidentales, desgraciadamente, no hacen esta importante distinción. No obstante, el Griego sí lo poseía, e incluso estableció una profunda distinción entre dos tipos de guerras: las que se hacían contra otros griegos, y las que se llevaban a cabo contra extraños a la Cultura, los bárbaros. Las primeras eran "agon" era originariamente una contienda por un premio en los juegos públicos, y el oponente era el "antagonista". Esta distinción tiene valor para nosotros, pues en comparación con las guerras de esta época, las guerras intra-europeas de los ochocientos años precedentes fueron agonales. Cuando la política nacionalista tomó preponderancia dentro de la Cultura Clásica, con las Guerras del Peloponeso, la distinción griega cayó en desuso. Las guerras de los siglos XVII y XVIII en la Europa Occidental adoptaban el aspecto de contiendas en busca de un premio: dicho premio solía ser una franja de territorio, un trono, un título. Los participantes eran dinastías, no pueblos. La idea de destruir a la dinastía oponente no se hallaba presente, y sólo en algún caso excepcional afloraba la posibilidad de que tal cosa sucediera. Enemigo, en el sentido político, significa, pues, enemigo público. Es algo ilimitado, distinguiéndose así de la enemistad privada. La distinción público-privado sólo puede surgir cuando se halla presente una unidad supra-personal. Cuando ésta existe, determina quién es amigo y quién enemigo, pues ninguna persona privada puede hacer tal distinción. Puede odiar a los que se le oponen o no le resultan agradables, o que compiten con ella, pero a la vez puede no tratarles como enemigos en el sentido ilimitado.

La falta de dos palabras para distinguir entre enemigo público y enemigo privado han contribuido también a la confusión en la interpretación del bien conocido pasaje bíblico (Mateo, 5-44; Lucas, 6-27) "Amad a vuestros enemigos". Las versiones griega y latina usan estas palabras refiriéndose a un enemigo privado. Y a esto es efectivamente a lo que se refiere dicho pasaje. Es, evidentemente, una recomendación de dejar de lado el odio y la malignidad porque no hay necesidad ninguna de que uno odie al enemigo público. El Odio no forma parte del pensamiento político. Todo odio dirigido contra el enemigo público no es político, y exhibe siempre alguna debilidad en la situación política interna. Ese pasaje bíblico no conjura al amor del enemigo público, y durante las guerras contra el Sarraceno y el Turco, ningún Pontífice, santo o filósofo lo interpretó así. Ciertamente no aconseja la traición a partir del amor hacia el enemigo público.

II

Cualquier agrupación humana no política, de la clase que sea, legal, social, religiosa, económica u otra, se convierte finalmente en política si crea una oposición suficientemente profunda para colocar a los hombres, unos ante otros, como enemigos. El Estado como unidad política excluye por su naturaleza tales clases de oposiciones. Si, no obstante, una división suficientemente profunda ocurre dentro del ámbito de un Estado, con la fuerza suficiente para dividir a la población entre amigos y enemigos, ello es la prueba de que ese Estado, al menos temporalmente, no existe de hecho. Ya no es una unidad política, y si se generan fuerzas que el Estado ya no puede controlar pacíficamente, éste ha dejado de existir. Si el Estado debe recurrir a la fuerza, esto por sí mismo demuestra que hay dos unidades políticas; en otras palabras, dos Estados en vez del único que existía originariamente.

Esto suscita la cuestión del significado de política interna. Dentro del ámbito de un Estado, hablamos de política social, política judicial, política religiosa, política de partidos, y demás. Es obvio que esto representa otra significación de la palabra, ya que no se contempla la posibilidad de una disyuntiva amigo-enemigo. Ocurre dentro de una unidad pacificada. Tales aspectos de la política sólo pueden ser llamados "secundarios". La esencia del Estado consiste en que dentro de su dominio excluye la posibilidad de dos agrupaciones amigo-enemigo. Así, los conflictos que ocurren dentro de un Estado son, por su propia naturaleza, limitados, mientras que el conflicto verdaderamente político es ilimitado. Cada una de estas limitadas luchas internas, claro es, puede convertirse en el foco de una verdadera disyuntiva política, si la idea que se opone al Estado es suficientemente fuerte y los dirigentes del Estado han perdido su seguridad en sí mismos. Si así es, el Estado desaparece. Un organismo, o bien sigue su propia ley, o enferma. Esto es lógica orgánica que gobierna a todos los organismos, plantas, animales, hombres, Grandes Culturas. O bien son fieles a sí mismos, o bien enferman o mueren. No puede aplicarse a ellos el punto de vista lógico y racional que cree que todo lo que puede ser convincentemente escrito de manera programática en un sistema puede después hacerse encajar en un organismo. El pensamiento racional es simplemente una de las creaciones diversas de la vida orgánica, y no puede, por ser subsidiario, incluir el todo en el área de su contemplación. Es limitado y solamente puede actuar de una cierta manera, y sobre sujetos que se adapten a tal tratamiento. El organismo es el todo y no puede confiar sus secretos a un método que él desarrolla de su propia capacidad creativa para resolver los problemas no-orgánicos que debe superar.

La política secundaria puede, a menudo, tergiversar la política esencial. Por ejemplo, la política femenina de celos mezquinos y odio personal que fue corriente en la Corte de Luis XV fue decisiva para que se dedicara gran parte de la energía política francesa a la relativamente importante lucha contra Federico, y muy poca a la lucha más importante contra Inglaterra en el Canadá, la India y los Océanos. A la Pompadour no le gustaba Federico el Grande y Francia pagó un Imperio para castigarle. Cuando la hostilidad privada ejerce tales efectos sobre las decisiones públicas, entonces se puede hablar de distorsión política. Cuando un organismo está dominado o influenciado por los consejos o la fuerza de cualquier poder extraño a la ley de su propio desarrollo, su vida está falseada, tergiversada. La relación entre una enemistad privada y una política pública que circunstancialmente está tergiversando es la misma que entre el mezquino Estatismo Europeo y la Civilización Occidental. El juego colectivamente suicida de la política nacionalista distorsionó el destino de Occidente después de 1900 para beneficio de las fuerzas extra europeas.

III

La naturaleza concreta de la política queda expuesta por ciertos hechos lingüísticos que aparecen en todos los lenguajes Occidentales. Invariablemente los conceptos, ideas y vocabulario de un grupo político son polémicos, propagandísticos. Esto ocurre siempre así a través de toda la historia. Las palabras Estado, clase, Rey, sociedad, tienen, todas, su contenido polémico y también un significado enteramente diferente para sus partidarios y sus oponentes. Dictadura, gobierno de las leyes, proletariado, burguesía... esas palabras no tienen otra significación que la puramente polémica y uno no sabe qué quieren decir a menos que se sepa quién las emplea, y contra quién. Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, libertad y democracia fueron usadas como términos para describir a todos los miembros de la coalición antieuropea, con una falta total de respeto por la semántica. La palabra "dictadura" fue empleada por la coalición extra-europea para describir, no sólo a Europa, sino a cualquier otro país que rehusara unirse a la coalición. De manera parecida, la palabra "fascista" se empleó simplemente como término ofensivo, sin base descriptiva alguna, del mismo modo que la palabra democracia fue una palabra de alabanza pero no explicativa. En la prensa americana, por ejemplo, tanto durante la guerra de 1914 como durante la de 1939, Rusia fue presentada como una "democracia". La Dinastía de los Romanov y el régimen bolchevique eran igualmente democráticos. Esto era necesario para salvaguardar la imagen homogénea de esas guerras que esa prensa había presentado a sus lectores: se trataba de una guerra de la democracia contra la dictadura; Europa era la dictadura, luego, todo lo que luchara contra Europa era democracia. De igual manera, Maquiavelo definió a cualquier Estado que no fuera una monarquía, como república, una definición polémica que ha durado hasta nuestros días.

Para Jack Cade la palabra nobleza era un término de condenación; para los que aplastaron su revuelta, representaba todo lo bueno. En un tratado legal, el guerrero de clases Karl Renner describió el alquiler pagado por el inquilino al casero como "tributo". En el mismo orden de ideas, Ortega y Gasset llama al resurgimiento de la autoridad del Estado, de las ideas de orden, jerarquía y disciplina, una revolución de las masas. Y para un verdadero guerrero de clases, cualquier peón es socialmente valioso, pero un alto empleado es un "parásito".

Durante el período en que el Liberalismo dominó en la Civilización Occidental, y el Estado quedó reducido, teóricamente, al rol de "guardián nocturno", la palabra "política" cambió su significación fundamental. Si antes describía las actividades de poder del Estado, ahora se refería a los esfuerzos de individuos privados y de sus organizaciones para ocupar posiciones en el gobierno como medio de vida; en otras palabras, política vino a significar política de partidos. Los lectores del año 2050 tendrán dificultades para comprender esas relaciones, porque la época de los partidos habrá sido tan olvidada entonces como ahora lo está la Guerra del Opio.

Todos los organismos del Estado estaban distorsionados, falseados, enfermos, en crisis, y esa introspección fue un gran síntoma de ello. Se suponía que la política interna era lo principal.
Si la política interior era realmente esencial, debía haber significado que los agrupamientos amigo-enemigo podían surgir de una cuestión de política interna. Si eso ocurriera, el resultado sería, en caso extremo, la guerra civil, la política interna era de hecho todavía secundaria, limitada, privada, no-pública. La simple pretensión de que la política interna pudiera ser esencial era polémica: lo que se quería decir era que debía serlo. Los liberales y los guerreros de clase, entonces como ahora, hablaban de sus deseos y esperanzas como si fueran hechos, hechos casi reales, o hechos potenciales. El único resultado de enfocar la energía hacia los problemas internos fue debilitar al Estado, en sus tratos con otros Estados. La ley de cada organismo solo permite dos alternativas: o el organismo es fiel a sí mismo, o cae en la enfermedad o en la muerte. La naturaleza, la esencia del Estado es la paz interna y la lucha externa. Si la paz interna es perturbada o rota, la lucha externa resulta dañada.

Las maneras de pensar orgánica e inorgánica no se entrecruzan: la lógica ordinaria de la escuela, la lógica de los libros de texto de filosofía nos dicen que no hay razón para que el Estado, la política y la guerra hayan existido ni existan. No hay ninguna razón lógica para que la humanidad no pueda estar organizada como una sociedad, o como una empresa puramente económica, o como un vasto club del libro. Pero los altos organismos de los Estados, y los más altos de todos, las Grandes Culturas, no permiten permiso para existir a los filósofos; es más, la mera existencia de esta clase de racionalista, el hombre emancipado de la realidad, es solamente un síntoma de una crisis de una Gran Cultura, y cuando la crisis pasa, los racionalistas pasan de largo con ella. El hecho de que los racionalistas no estén en contacto con las fuerzas invisibles y orgánicas de la Historia queda demostrado por sus predicciones de los acontecimientos. Antes de 1914, ellos universalmente afirmaron que una guerra europea generalizada era imposible. Dos diferentes clases de racionalistas dieron para ello dos razones diferentes. Los guerreros de clases de la internacional dijeron que el socialismo internacional convertiría en imposible la movilización de los "trabajadores" de un país contra los "trabajadores" de otro. La otra clase -también con su centro de gravedad en la economía, ya que racionalismo y materialismo están indisolublemente casados - dijo que una guerra general ya no sería posible porque la movilización produciría una tal dislocación de la vida económica de los países, que una bancarrota se produciría en unas cuantas semanas.

(1 ) Los "Poilus", los peludos, nombre popular dado a los soldados franceses de la Primera Guerra Mundial. (N. del T.).

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